lunes, 23 de julio de 2018

¿Y si los químicos dejasen de trabajar?





La semana pasada asistí como oyente al VII curso de divulgación: Química, a ciencia que envolve a nosa vida (Química, la ciencia que envuelve nuestra vida) organizado por la facultad de química de la Universidad de Santiago de Compostela. En el cual, una de las temáticas a tratar fue la quimifobia y los estereotipos negativos de la sociedad sobre la química.

Para finalizar el curso nos trajeron un “cuento” cuyo título es el de esta entrada ¿Y SI LOS QUÍMICOS DEJASEN DE TRABAJAR? El cual me gustaría compartir con mis lectores ya que es una importante reflexión. A continuación, se mostrará el “cuento” y al final pondré la referencia.

¡Está decidido! Reunidos en asamblea internacional, con motivo de su congreso anual, los químicos de todas las procedencias han tomado la resolución de detener sus trabajos, sus análisis, sus actividades.

Esta decisión es consecuencia de las críticas incesantes que los consumidores, poderes públicos, asociaciones han vertido en los medios de comunicación desde hace casi un siglo. Vinculados al bien público, preocupados por la protección de los individuos, atentos al impacto de todos los fenómenos – naturales o no – en el planeta, ya no soportan que se les ponga al margen de una sociedad que les acusa de ser responsables de todos los males que, al contrario, se esfuerzan por detectar y corregir.

Se han despedido con melancolía, pero con determinación, dirigiéndose a sus lugares de origen para dedicarse a otras actividades que sus vastos conocimientos y sus propios gustos les permitirán abordar.

Al principio, esta decisión fue acogida con sentimientos unánimes de alivio: las asociaciones ecologistas se felicitaron por la desaparición de su objetivo privilegiado, los consumidores aplaudieron el retorno a una naturaleza que estimaban degradada por los químicos, y las mentes pensantes – de derecha como de izquierda – no dejaron de atribuirse los beneficios de esta situación, pretendiendo en voz bien alta que era el resultado de su actuación.

Durante algún tiempo, el público no observó más que un poco de diferencia en los comportamientos de la vida de cada día.

Curiosamente, el efecto sobre la contaminación atmosférica fue prácticamente nulo. Como las refinerías disponían de reservas suficientes de carburante, los vehículos continuaban rodando, provocando los mismos prejuicios de siempre. Fueron numerosos los que pudieron constatar – los químicos ya lo sabían – que los principales responsables de la degradación del aire eran los transportes, ya que la industria química no causa más que una mínima parte de la contaminación global.

Los primeros signos de cambio aparecieron cuando las existencias de carburante empezaron a  agotarse cuando las existencias de carburante empezaron a agotarse.

A falta de químicos para dirigir las operaciones de refino, de analistas para efectuar el seguimiento de la calidad de los productos acabados, el petróleo bruto se acumulaba en los tanques; pronto fue necesario detener el flujo de oro negro de procedencias diversas por falta de oro negro de procedencias diversas por falta de medios técnicos para transformarlo. El gobierno tomó entonces algunas medidas impopulares: en un primer tiempo el racionamiento, después la incautación de las existencias a favor de sectores prioritarios: salud, ambulancias, ejército, etc.

El primer invierno no planteó problemas, habida cuenta de las precauciones individuales de los ciudadanos, que habían llenado sus depósitos de fuel, pero constataron muy pronto que no podían renovar su abastecimiento, dado que las refinerías ya no funcionaban. Afortunadamente, muchos de ellos habían elegido el “todo eléctrico” y las consecuencias parecían limitadas: las centrales nucleares continuaban sumistrando la energía que necesitaba la vida moderna, pero sin control químico.

No es menos cierto que el descontento era perceptible, salvo … a nivel de las asociaciones de protección del medio ambiente, las cuales registraron una sensible disminución de las contaminaciones del aire, gracias a los aparatos automáticos de detección que todavía funcionaban. Rápidamente, sin embargo, los reactivos necesarios para el seguimiento de la presencia de contaminantes en el aire faltaron y en adelante fue imposible aplicar cualquier forma de detección.

Al final de este período, en todas partes se utilizaban medios alternativos:

-A nivel de transportes, la bicicleta recuperó su puesto de honor, porque los coches abandonados por todas partes a causa del agotamiento de los carburantes, fueron sustituidos por bicicletas con gran satisfacción, ya que la ausencia de vehículos de motor permitía, finalmente, disponer de espacios para ciclistas sin miedo a ser derribado o incluso atropellado. Pero … la utilización intensiva de este modo de transporte tuvo una consecuencia inesperada en los neumáticos: el mal estado de las calles y carreteras, cuyo alquitrán comenzaba a desprenderse por placas, provocó el desgaste rápido de los neumáticos. Como no podían ser sustituidos, las bicicletas fueron a su vez abandonadas a pesar de los esfuerzos de quienes, acordándose de la Segunda Guerra Mundial, se entregaron a operaciones peligrosas para mantenerlas a punto de marcha. Los individuos aprendieron así que el alquitrán era el resultado de una fórmula química compleja, que precisaba de la síntesis de sustancias que confieren adhesión a la grava y a las piedras, y que los neumáticos eran también una fórmula sutil, esencialmente – por no decir totalmente – química.

-Respecto a la calefacción, la situación se convirtió en dramática desde el inicio del segundo invierno. La segunda irrupción del volcán Pinatubo en las Filipinas había creado una situación difícil, porque al contaminar la atmósfera hasta 24 kilómetros de altitud, al destruir el 20% de la capa de ozono, había provocado una modificación climática tal que la temperatura cayó brutalmente. Los hombres y las mujeres, a quienes faltaba la mayor parte de las energías a las cuales estaban acostumbrados, transformaron sus instalaciones para adaptarlas a las energías antiguas que pudieron así redescubrir:

-El carbón en primer lugar, pero como no se efectuaba control alguno y las coquerías habían cerrado, la generación de gases sulfurosos y, por tanto, de ácidos ¡Fue enorme! … y ¡Sin control! Se causaron deterioros en los edificios, aumento del número de asmáticos y la destrucción de los bosques por culpa de las lluvias ácidas. Además, se registraron numerosos casos de intoxicación por monóxido de carbono, porque las chapuzas practicadas en las caldera no siempre permitían la combustión completa;

-La madera fue también un material explotable, sobre todo con el cierre de las fábricas de pasta de papel permitía disponer de ella en gran cantidad. Francia, que poseía un patrimonio forestal importante, echó mano de sus reservas, pero estas no tardaron en mostrar sus límites, porque la destrucción de numerosas hectáreas por las lluvias ácidas y el ataque del bosque por parásitos, que se volvieron virulentos por la ausencia de medios químicos para combatirlos, acentuaron ese proceso.

Como las desgracias nunca vienen solas, un incidente en una central nuclear, ligado a la ausencia de control químico en la evolución del combustible o de su entorno, obligó a las autoridades a tomar medidas inmediatas, que desembocarían, muy rápidamente, en la para del conjunto de las centrales.

Al disponer de electricidad en cantidad limitada y por rotación, no desplazándose más que a pie y por tanto a cortas distancias, en los seres humanos renacieron los instintos tribales, celosos de lo que poseían y poco dispuestos a compartir. Ello condujo a conflictos entre “tribus” e instauraron un régimen local belicoso donde la menos chispa podía conducir al enfrentamiento.

Otro efecto de la decisión de los químicos alcanzó a los consumidores en uno de sus elementos necesarios para la vida: la comida. Primero fue la degradación de los manjares o ingredientes más corrientes, por ejemplo, el azúcar – que además era el producto químico de base más barato – empezó a faltar al no poder extraerlo de la remolacha y purificarlo.

Por otra parte, la ausencia de abonos había provocado una enorme caída no sólo de la producción de la remolacha sino también de toda la producción vegetal. El rendimiento por hectárea de trigo era del orden de magnitud del de principios del siglo pasado, mientras que las verduras, atacadas por doríforas, orugas y otros insectos, se volvían cada vez más raras. Correlativamente, el número de cabezas de ganado y de animales de corral se redujo por falta de comida y, también, debido a las enfermedades que los veterinarios no podían tratar sin medicamentos.

Se racionó la leche, porque ya no se disponía de medios para estabilizarla, en tanto que los consumidores tuvieron que recordar el gusto por la mantequilla rancia, que los antioxidantes habían contribuido a hacer desaparecer. La carne tenía que consumirse muy rápidamente porque tampoco se disponía de conservantes y los embalajes, de cartón o de plástico, ya no se fabricaban.

Alumbrados por velas de estearina (una invención de químicos), limitados en sus desplazamientos, sobrecogidos por el frío (luego por el calor), nuestros conciudadanos constataron una rápida disminución de sus años de vida.

Ciertas enfermedades recobraron ventaja y tanto más cuanto que la falta de medicamentos – la mayor parte de los cuales era el resultado de una síntesis química – se hizo sentir desde el comienzo de la huelga. Es así como los seres humanos aprendieron que:

-Los únicos medicamentos contra el SIDA – la tritoterapia – procedían todos de preparados químicos,
-Ciertas hormonas no eran de origen natural, sino fabricadas completamente por químicos. Como faltaba la píldora anticonceptiva, se registraron numerosos embarazos indeseados(¡la desaparición de la televisión, cuyos componentes eran el resultado de la síntesis, contribuyó a la importancia del fenómeno!),
-Aunque extraídas de sustancias naturales, ciertas moléculas anticancerosas como la taxotera, se optimizaban por modulación química; y, sobre todo, … descubrimiento inesperado para muchos, ¡La aspirina era un producto químico! Su desaparición fue cruel y, evidentemente, no compensada por la decocción de hojas de sauce, que, se sabía desde el Antiguo Régimen, tenía un efecto limitado.

Se registraron otras consecuencias más o menos graves: primeramente en el ámbito del vestido. Como habían desaparecido las fibras artificiales, desapareció también la variedad de estructuras que permitían obtener (protección del frío, del calor, resistencia a la intemperie, tejidos inteligentes, etc). Las fibras naturales recobraron importancia: primero la lana (pero como las ovejas disminuían en el número, la disponibilidad de esta materia también se redujo), luego el algodón, pero no habiendo ya disponibilidad de pesticidas, campos enteros fueron destruidos. Hallándose en condiciones parecidas a las que sus padres y abuelos conocieron durante la Segunda Guerra Mundial, los seres humanos aprendieron de nuevo a reutilizar todos los residuos y a recuperar el más pequeño retal; por ejemplo, las tapicerías de los coches abandonados se utilizaron y los pantalones se adornaron de los bajos de calzones que no hacían juego con los colores originales. Además, los colorantes también se agotaron y, a falta de diversidad, la tristeza se abatió sobre los vestidos de tintes gris, marrón o blanco descolorido, que la desaparición de los detergentes impedía volver verdaderamente blancos o más blancos que el blanco.

Nada de llevar vaqueros: el colorante azul artificial no podía ser sustituido por las pequeñas cantidades de productos extraídos de la hierba pastel, cuyo cultivo se había reiniciado en la región de Toulouse ¡La situación era intolerable! La población ya no disponía de medios de expresión: sin papel ni tinta de imprenta radio y televisión sin funcionar: cables eléctricos y antenas sin sustituir, pantallas destruidas, electrónica sin componentes.

Los foros sirvieron entonces de lugar de reunión donde cada uno podía expresarse; se concluyó unánimemente un acuerdo. Una delegación debía intervenir ante los políticos para que esta situación cesara y los químicos reemprendiesen sus actividades. Una delegación venida de la Francia profunda, por etapas, a caballo, en carreta, a pie, fue recibida en el Elíseo, donde el presidente, parapetado en sus dependencias oficiales, no se comunicaba con el exterior más que por una estafeta de a pie.

Un comité, dirigido por el vicepresidente del Senado y el consejero científico del presidente de la República (los dos antiguos químicos), fue encargado de entrevistarse con éstos para convencerles de retirar su decisión. No fue cosa fácil, porque primero era necesario encontrarles.

Como habían dicho al inicio de las hostilidades, todos se habían reconcertido; por ejemplo:
-Pierre Potier, descubridor de los medicamentos anticancerosos, había abierto una herboristería.
-Jean-Marie Lehn, Premio Nobel de Química en 1987, se cuidaba de los órganos de la Catedrañ de Estrasburgo
-Robert Carrie, era entrenador del equipo de fútbol de Rennes
-Armand Lattes, antiguo pequeño cantor de         “Croix des Bois”2, había entrado en el coro del Capitolio de Toulouse
-Andrée Marquet, antigua alumna en prácticas de un famoso restaurante bretón, había abierto un restaurante.
-François Mathey, ingeniero politécnico había entrado en el ejército
-Hervé This, actuaba de profesor de cocina en una escuela de hostelería
-Robert Corrieu, trabajaba como enólogo en una explotación vinícola
-Pham Tau Luu y Emile Vicent habían entrado en órdenes religiosas
etc, etc …

Y los franceses, estupefactos, descubrieron así que detrás de la química había químicos y que estos eran hombres y mujeres como ellos, que compartían las mismas alegrías y las mismas preocupaciones, respetuosos con la naturaleza y el medio ambiente.
El comienzo de las negociaciones estuvo marcado por las vacilaciones de los químicos, que guardaban en el recuerdo los reproches pasados. Después de reflexionar, aceptaron firmar un acuerdo, a reserva de su aceptación por la comunidad, sobre un cierto número de reglas recogidas en una declaración. He aquí los principales artículos de esta declaración:

1)Los firmantes, habiendo reconocido el balance positivo de la acción de los químicos, se comprometen a no hacer a los químicos ni a su especialidad responsables de todos los males,
2)Siempre que sea preciso, los firmantes reconocerán a los químicos las acciones positivas que hayan realizado, cuyo mérito se ha tenido tendencia a asignar a otras disciplinas. Por ejemplo, un medicamento sintetizado por un químico, no será en adelante obligatoriamente el resultado único de una vitoria de la medicina
3) En lugar de insistir solamente en los aspectos negativos de un descubrimiento químico, se efectuará un análisis objetivo de su aportación a la sociedad antes de difundirlo o de tomar posición.

En contrapartida, los químicos se compremeten a reemprender sus actividades y a proseguir sus esfuerzos para aplicar una política de civilización sostenible, que respete al hombre y a su entorno y que garantice los efectos positivos del progreso a las generaciones futuras.

Referencia:
Publicación: Estados Generales de la Química
Fecha: 6 de diciembre de 2004
Artículo: ¿Y si los químicos parasen del todo?
Autor: Armand Lattes

23/07/2018

Descubrirlaquimica. Estudiante de química en la USC